¿A dónde nos llevan? – Roberto Meza

Andamos a medio camino entre la incertidumbre y la esperanza, y el asunto no es saber a dónde vamos sino a dónde nos llevan. ¿Qué será de este mundo después de las crisis económicas, el covid, la crisis energética, la guerra en Ucrania y el consiguiente rearme de la OTAN? Como las placas tectónicas, la geopolítica se va ajustando y seguro que, para desgracia de las nuevas generaciones, algún terremoto sacudirá nuestros cimientos.

Temas como la tecnología, la inteligencia artificial, el deterioro del medio ambiente, la polarización de los bloques políticos, el monopolio de los sistemas de comunicación, las energías renovables, el agua y la acumulación en pocas manos de los recursos alimentarios, planearán sobre nuestras cabezas y determinarán muchos aspectos de nuestra convivencia, para bien y para mal. Muchas cosas serán signo de progreso y otras de retroceso en la escala de la humanización. Lo dicho no es suficiente. Necesitamos definir mejor la escala de valores que desarrollaremos en medio del laberinto. ¿Seguiremos siendo humanos? Esta es la cuestión.

Con frecuencia nos vemos obligados a pensar que los genios que nos gobiernan y toman decisiones tales como disparar misiles, levantar muros y vallas, consentir que la hambruna siga existiendo y que miles de millones de personas aún no tengan vacunas contra el coronavirus, no son realmente capaces de hacer mucho más. De hecho, el desafío que la naturaleza nos ha planteado en forma de epidemias, cambio climático y deterioro medioambiental sigue vigente, a pesar de la Agenda del Milenio y de todas las agendas de los infinitos foros que hay en el mundo.

Creo que lo que necesitamos es un nuevo contrato social, a nivel global, que incluya cosas tan elementales como la erradicación de la pobreza, la equidad, la transición ecológica, la inclusión y una economía de los ciudadanos, social y solidaria. La argamasa que una todas estas cosas tiene que ser la ética y los valores humanizadores, la dignidad de la persona y el bien común.

Me impresionan los robots. Pero, créanme, me fascinan aún más dos personas que comparten el pan, Se dan calor y, juntas, respiran compasión.

 

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